¿Quién es realmente el Hijo de Dios?
Antes de todo, ya era
El Hijo de Dios no comenzó su existencia en la tierra. Él ya existía antes de la creación del mundo. Juan 1:1 nos dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Esto indica que el Hijo estaba con el Padre desde la eternidad, siendo el principio de la creación, como también lo confirma Colosenses 1:15-17.
La imagen visible del Dios invisible
A Dios nadie le ha visto jamás (Juan 1:18). El Hijo, sin embargo, lo ha dado a conocer. Él es la visibilidad del Yo invisible, la imagen visible del Dios que nadie puede ver (Colosenses 1:15). Cuando en Génesis Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, se está refiriendo a una conversación entre el Padre y el Hijo, pues el Hijo es quien tiene forma, imagen y es el modelo sobre el cual fuimos creados.
Unidad con el Padre, sin confusión de identidades
El Hijo no es el mismo que el Padre, pero están tan unidos que son uno en propósito y esencia. Juan 14:9 dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, no porque sean el mismo ser, sino porque el Hijo refleja completamente al Padre. En Juan 17:3 se aclara: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Yeshúa el Mesías, a quien has enviado.”
Despojo total por amor
Filipenses 2:5-11 declara que aunque era en forma de Dios, no se aferró a eso, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y obedeció hasta la muerte. Por esa obediencia, Dios lo exaltó hasta lo sumo.
Sufrimiento verdadero en la cruz
Isaías 53:10 dice claramente: “Con todo eso, el Eterno quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento.” Él sufrió como humano, no como un ser divino invulnerable. Mateo 27:46 registra su clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” porque en ese momento no estaba el Espíritu Santo con Él. El pecado que cargaba separó, y su cuerpo era el más cargado de pecado en la historia: el de toda la humanidad.
Comparación con otros mártires
Esteban murió viendo el cielo abierto porque el Espíritu Santo estaba con él. Pero Yeshúa murió solo. El Espíritu no podía habitar en un cuerpo lleno de pecado, aunque ese pecado no era suyo. Él no fue asistido, no fue consolado. Sufrió como ninguno. No fue Dios quien murió, sino el Hijo como hombre verdadero.
Profecías que confirman
Isaías 52:13–15 y todo el capítulo 53 profetizan su sufrimiento y exaltación. Isaías 49 habla de su misión para restaurar a Israel y ser luz a las naciones. Jeremías 23:5-6 habla del “Renuevo justo” que gobernará con sabiduría. Miqueas 5:2 dice que su origen es “desde la eternidad.” Estas profecías fueron antes del Nuevo Testamento y confirman que el Mesías tenía un papel eterno, revelador y redentor.
Reconocimiento celestial
Hebreos 1:6 dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios.” El Padre mismo mandó a que se honre al Hijo. Le dio un nombre sobre todo nombre (Filipenses 2), no porque se lo robó, sino porque lo mereció por su obediencia.
La gran mentira del enemigo
1 Juan 4:2-3 dice que negar que el Mesías vino en carne es el espíritu del anticristo. El enemigo quiere que la gente crea que quien murió fue Dios directamente o que no fue humano de verdad. Pero no: fue el Hijo, en carne, en sufrimiento real, en obediencia extrema.
Más allá de lo escrito
Juan 21:25 dice: “Hay también muchas otras cosas que hizo Yeshúa, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros.” No todo fue registrado. Por eso el Antiguo Testamento sigue siendo un tesoro, pues allí están las profecías, los anuncios, las promesas, que preparan el corazón para reconocer al verdadero Mesías.
Conclusión
El Hijo de Dios no es una figura menor ni una representación simbólica. Es real, eterno, visible, obediente, sufriente y ahora glorificado. Fue enviado por el Padre, se sometió con fidelidad, sufrió sin Espíritu, murió por todos, y fue exaltado por su obediencia. Conocerlo es conocer al Padre, y seguirlo es la única forma de ver la gloria del Dios invisible.
La identidad del Mesías
Yeshua es el verdadero Hijo de Dios, como está escrito: “Tú eres Mi Hijo; Yo te he engendrado hoy” (Salmo 2:7). Él no vino a abolir la Torá, sino a cumplirla, tal como dijo: “No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Su propósito en la tierra
Vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10), a llamar al arrepentimiento (Mateo 4:17), y a dar su vida como expiación: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), cumpliendo con Isaías 53, donde se profetiza del siervo sufriente que cargaría con nuestras iniquidades.
Su fidelidad a la Torá
Yeshua no violó nunca la Torá: “¿Quién de vosotros me convence de pecado?” (Juan 8:46), y celebraba las fiestas ordenadas por el Eterno, como la Pascua (Lucas 22:7–20) y Sucot (Juan 7:2–14).
La confirmación por su resurrección
La resurrección confirmó su identidad como Mesías y Señor: “Declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4).
Yeshua y las profecías del Tanaj
El Hijo prometido
Desde el principio, el Tanaj anuncia a un Hijo especial: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado… y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
El siervo sufriente
El capítulo 53 de Isaías es fundamental: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados… y El Eterno cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5–6). Este siervo es el que toma nuestro lugar, una figura completamente cumplida en Yeshua.
El Rey de Sion
El Salmo 2 declara: “Yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte” (Salmo 2:6). Y luego añade: “Bésen al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino” (Salmo 2:12). Aquí vemos que el Hijo tiene autoridad divina.
El nuevo pacto prometido
Jeremías habla del pacto renovado: “He aquí que vienen días, dice YHVH, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jeremías 31:31). Yeshua lo ratifica en su sangre, como dice en Lucas 22:20: “Este es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”.
Esta es la oración más profunda que hizo Yeshua antes de ir al Padre. No pidió por Sí mismo solamente, sino por ti. Léela con el corazón.
La oración de amor y unidad de Yeshua por sus hermanos
En el capítulo 17 del evangelio de Juan, encontramos una de las oraciones más profundas y conmovedoras de Yeshua. Es conocida como la “Oración sacerdotal”, en la que Él se dirige al Padre no solo por Sí mismo, sino por aquellos que el Padre le ha dado y por todos los que creerían en Él después. Esta oración revela el corazón lleno de amor de Yeshua hacia sus discípulos y hacia todos sus hermanos en la fe.
Yeshua ora por sí mismo
Yeshua comienza su oración pidiendo al Padre que lo glorifique, para que Él pueda glorificar al Padre. Reconoce que ha cumplido la obra que se le encomendó: dar vida eterna a los que el Padre le dio. La vida eterna, según sus palabras, es conocer al único Dios verdadero y a Yeshua el Mesías a quien Él ha enviado.
Yeshua ora por sus discípulos
Luego, Yeshua intercede por sus discípulos, aquellos que han recibido su palabra y han creído que Él fue enviado por el Padre. Pide protección para ellos, no para que sean sacados del mundo, sino para que sean guardados del mal. También ruega para que sean santificados en la verdad, que es la palabra del Padre.
Yeshua ora por todos los creyentes
En un acto de amor que trasciende el tiempo, Yeshua ora por todos los que creerían en Él a través del mensaje de los discípulos. Su clamor es por unidad: “que todos sean uno, como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste”.
Yeshua desea que sus seguidores estén con Él donde Él está, y que contemplen su gloria, la gloria que el Padre le dio desde antes de la fundación del mundo. Termina su oración reafirmando su amor, diciendo que les ha dado a conocer el nombre del Padre para que el amor con que el Padre lo amó esté en ellos, y Él mismo también esté en ellos.
Un llamado a vivir en ese amor
Juan 17 no solo es una oración, es una invitación a vivir en comunión con el Padre, con el Hijo y con nuestros hermanos. Es un retrato del amor perfecto de Yeshua por su pueblo, y un llamado a vivir en unidad, en santidad y en verdad, como testimonio para el mundo.
Yeshua intercede por nosotros: no estamos solos
Antes de su partida, Yeshua dejó claro que no nos dejaría huérfanos. Su amor por nosotros no terminó en la cruz, ni con su ascensión. En Juan 14:18 declaró con firmeza: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Esta promesa está ligada a la venida del Espíritu de Verdad, el Consolador, que estaría con nosotros para siempre.
Una oración de entrega y cuidado
En Juan 17:11, Yeshua clama: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros”. Él expresa que mientras estuvo en el mundo, los guardó en el nombre del Padre, pero ahora que regresa a Él, pide que el Padre mismo los cuide.
También en Juan 17:15 ruega: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Esta es una súplica directa al Padre por nuestra protección espiritual, reconociendo que el mundo presenta peligros, pero confiando en que el Padre puede guardarnos completamente.
Una promesa viva: el Consolador
En Juan 14:16, Yeshua dice: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad…”. Esta es una intercesión activa, donde Yeshua no solo pidió por sus discípulos de entonces, sino también por nosotros, para que nunca estuviéramos solos.
Él sabía que su partida era necesaria, pero también sabía que el Espíritu Santo sería enviado como presencia viva de Dios entre nosotros. Esto muestra que su amor no se detuvo, sino que continúa obrando a través de su Espíritu y su intercesión constante ante el Padre.
Su amor sigue vivo
Hoy, Yeshua sigue siendo nuestro Intercesor. Como dice Hebreos 7:25: “Él puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Esta verdad es el fundamento de nuestra esperanza: no estamos solos, ni abandonados. Estamos en el corazón de Yeshua, cubiertos por su oración y fortalecidos por su Espíritu.
¿Era Yeshua un fariseo?
La figura de Yeshua ha sido profundamente malinterpretada por siglos. Para entender su identidad real, es fundamental regresar al contexto judío en el que vivió, enseñó y ministró. Muchos han preguntado si Yeshua era fariseo. Esta pregunta, lejos de ser polémica, tiene base bíblica y sentido histórico profundo.
Yeshua vivió como judío bajo la Torá
Según Gálatas 4:4, "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley [Torá]". Yeshua no nació en un vacío cultural ni religioso. Nació, creció y enseñó en el mundo del judaísmo del Segundo Templo. Su vida giraba en torno a las sinagogas, las fiestas bíblicas, la lectura de la Torá y la aplicación práctica de los mandamientos.
Presencia activa en la sinagoga
En Lucas 4:16-20, se nos dice:
"Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías..."
Esta costumbre de leer la Torá y los profetas era una práctica farisea, propia de los rabinos. El hecho de que le entregaran el rollo indica que Yeshua era visto como maestro respetado dentro del sistema judío.
La enseñanza en la cátedra de Moisés
En Mateo 23:2-3, Yeshua dice algo impactante:
"En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo..."
Esto muestra que Yeshua reconocía la autoridad de los fariseos que enseñaban la Torá fielmente. Él criticaba no la Torá, sino la hipocresía de algunos líderes.
No todos los fariseos eran enemigos
En Lucas 13:31, se nos dice que algunos fariseos se acercaron a Yeshua para advertirle:
"Sal y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar."
Esto prueba que no todos los fariseos estaban en contra de Él. Algunos lo respetaban, incluso buscaban protegerlo.
Relación directa con fariseos
Yeshua comió con fariseos (Lucas 7:36, Lucas 14:1) y dialogó con ellos abiertamente. Uno de ellos, Nicodemo, vino de noche para hablar con Él (Juan 3), y luego defendió su causa ante el Sanedrín (Juan 7:50-51).
Conclusión
Yeshua no era parte del fariseísmo corrompido que anteponía tradiciones humanas a la Torá (Marcos 7:8-13), pero su enseñanza estaba más cerca del fariseísmo original que de cualquier otra corriente. Él vivía como judío, guardaba la Torá, enseñaba en sinagogas, y mantenía contacto continuo con los fariseos. Su mensaje era una restauración, no una rebelión. No vino a fundar una religión nueva, sino a cumplir la Torá (Mateo 5:17).
Regresar a las raíces no es cristianismo griego-romano, es identidad bíblica. Yeshua es el Mesías judío, no el fundador de una institución ajena a su pueblo.